La evidencia del film

Para celebrar los cien años del cine, en 1994, los Cahiers du Cinéma habían querido hacer un libro para el que cien autores escribirían sobre cien películas comprendidas en la historia de este siglo cinematográfico. Yo respondí a esta propuesta eligiendo  Y la vida continúa…, una película de 1992 con la que Kiarostami acababa de dejar atrás un reconocimiento meramente confidencial.

El libro de las cien películas no se llevó a cabo, nos dijeron, por cuestiones económicas.

A continuación, rescatamos varios fragmentos sobre la propuesta filosófica que es el cine para Jean-Luc Nancy en su ensayo sobre Y la vida continua….de Kiarostami

Kiarostami no es tan solo un autor nuevo, un autor más. Es importante también como testigo privilegiado de todo esto, de que el cine se renueva, es decir: de que se acerca de nuevo a aquello que es, pero sin dejar de ponerse en juego. Con él, lo que cambia es un mundo, una cultura del mundo, lo que antes llamábamos “civilización”. No es cierto que sea tan sólo esa “civilización de la imagen” desacreditada por el platonismo vulgar y reactivo; sino otro mundo que se da a otras formas e intenta apropiarse de ellas.

El cine (y con él la televisión, el vídeo y la fotografía, que no aparecen por casualidad en las películas de Kiarostami) pone en evidencia una forma de mundo, una forma o un sentido.

Una evidencia conlleva siempre el punto ciego de aquello que la hace evidente: así se apoya en el ojo. El “punto ciego” no produce una provación de la vista: al contrario, conforma la apertura de una mirada que apremia a mirar.

El cine se reúne aquí, se concentra en su continuidad y en su continuación. Se muestra , muy deliberadamente, ostensiblemente, simplemente, como el movimiento ininterrumpido de sus planos y sus cortes, ni siquiera realmente interrumpiéndose al principio y al final, sino continuando o encabalgándose con un fuera de campo, con un fuera de la película que es más que eso o que ya no es en absoluto eso, porque es otra película que la precede o que la seguirá (esta última, bajo la forma de un programa del televisión que el niño va a ver).
Pero la película fuera de la película, por consiguiente, la película de la película, o la imagen del cine en sí, no se proyecta en una consistencia imaginaria, no es confiada a una evocación incierta: su continuación está asegurada tan sólo por la manera en la que la película se interrumpe al principio y al final.

Antes, después de la película, está la vida, claro. Pero la vida continúa en la continuación del cine, en la imagen y en su movimiento. No continúa como una proyección imaginaria, como un sustituto para una falta de vida: Al contrario, la imagen es la continuación sin la cual la vida no viviría.

La imagen aquí no es una copia, un reflejo, ni una proyección. No participa de esa realidad segunda , debilitada, incierta y peligrosa que una pasada tradición le confiere. Ni siquiera es aquello por medio de lo cual la vida continuaría: es, de manera mucho más profunda (pero esta profundidad es la superficie misma de la imagen), esto, que la vida continua con la imagen, es decir que se mantiene a sí misma más allá de sí misma, yendo hacia delante, adelante, por delante de sí, como por delante de aquello que, al tiempo, le llama y se le resiste invencible, continua y evidentemente.

La imagen no esta dada, hay que aproximarse a ella: la evidencia no es aquello que cae de cualquier manera en el sentido, como se dice. La evidencia es lo que se presenta a la justa distancia, o bien aquello frente a lo cual encontramos la distancia justa, la proximidad que permite a la relación tener lugar y que se abre a la continuidad.

El cine puede querer representar, puede también ir hacia el fantasma, o hacia la imaginería, puede quererse “visionario” o formalmente “visual”, pero al igual que ninguna de estas orientaciones subsiste nunca en estado simple y puro o bien es un fracaso, un cine maníaco, al igual, sin duda, se inmiscuye siempre también algo de esta dimensión de la evidencia que esta película trabaja por si misma. La certeza, no simplemente de la precisión de una imagen ( que no puede pertenecer a la imagen inmóvil, pintura o foto), sino de la precisión y de la justicia de un movimiento de acercamiento a la imagen, de un movimiento que implica a la vez un descubrimiento, la revelación , la venida y el mantener la distancia: ver venir y pasar algo verdadero, no una imagen verídica, sino la verdad de la vida que se tiende a si misma en imágenes.

El cine se encadena a si mismo, indefinidamente, como un desvelamiento de si virtualmente infinito: por un lado, cada nuevo desvelamiento puede entrañar un nuevo artificio, y lo entraña necesariamente y por otro lado, lo que hay que desvelar no es nada “en si mismo”. Lo que nos devuelve, a lo propio del cine, más allá de a narración y la imagen, más allá del guión, los actores, los diálogos – todos los elementos que pueden extraerse de aproximaciones cuasi literarias, cuasi pictóricas o incluso cuasi musicales-, lo que nos devuelve entonces a lo propio del cine sería esta singular manera de no ser más que encadenamiento de la evidencia de una verdad, de una presencia, en resumen: de una cosa “en sí” – una evidencia que yo llamaría mejor una patence ( pensando en la verdad según Spinoza, que se ipsam patefaci, que se manifiesta ella misma et nullo egeat signo, y no necesita ningún signo).

El cine retoma también ese gesto, esa presentación. Pero lo que añade por su cuenta, la propiedad más propietariamente distintiva del cine, y quizá, también la que es más difícil distinguir, la propiedad indistinguible de todo el enorme flujo de pelicular de todo el mundo, es el encadenamiento, el deslizamiento indefinido a lo largo de su presentación. ¿Hacia dónde se desliza así? 

De alguna manera, hacia la insignificancia (allí donde las otras artes apelan a un exceso de significación). Hacia la insignificancia de la vida que se tiende en sus imágenes, siempre en movimiento, yendo hacia ningún misterio, ninguna revelación, sólo ese deslizamiento sobre ella misma por el cual se lleva de imagen en imagen (imágenes ejemplares, sublimes, banales, grotescas, ingenuas, manipuladas, esbozadas, sobrecargadas). Una vida que se crea su propio cine. Qué historia tan extraña, la de una civilización que se ha dado eso, que se ha encadenado a eso…

Un aturdimiento extremo, es cierto, una serie de desvelamientos y de trucajes que febrilmente se encajan  unos en otros hasta donde alcanza la vista, es cierto, una sobrecarga de efecto, de apariencia, es cierto.    El cine está marcado por los signos más pesados, los más ambiguos, el mito, la masa, el poder, el dinero, la vulgaridad, los juegos de circo, la exhibición y el voyeurismo. Pero todo esto se lleva a cabo en un desfile sin fin, de manera que la evidencia es la del paso, antes que ninguna epifanía de sentido y de presencia.

El cine es verdaderamente el arte – en todo caso, la técnica- de un mundo que suspende los mitos. Incluso si está en si mismo al servicio de los mitos, acaba, al final, por llevárselos, trasporta todas las epifanías de sentido y de presencias inmóviles a la evidencia del movimiento. Un mundo que encadena, que va de una película a la otra , y que aprende así muy lentamente, otra manera de producir sentido.

Jean–Luc Nancy